Autor: Pedro Motta.
En los últimos años el CORE se ha posicionado como una de las estructuras más importantes en la preparación física de la mayoría de los deportes. A día de hoy, forma parte de una u otra forma de todas las propuestas encaminadas a preparar físicamente a los deportistas. Adquiriendo una tremenda importancia tanto en el ámbito del rendimiento deportivo, como en el ámbito de la salud.
La literatura científica recoge numerosas definiciones de esta estructura y de los sistemas involucrados en su correcto funcionamiento. Se considera una pieza fundamental en la ejecución eficaz del movimiento, debido a que su papel estabilizador y su función en la transferencia de fuerzas hacen que participe en todos los movimientos, ya sean de la vida diaria o propios del deporte. Esta implicación en la mayoría de movimientos y actividades de nuestra vida justifica su importancia, y el porqué de su relevancia en la actualidad.
El trabajo de esta estructura es muy recurrente en el entorno futbolístico, pero no existe claridad sobre la forma óptima de llevar a cabo su práctica. Esto hace que, en el mundo del fútbol, esta estructura no haya sido trabajada de forma muy correcta generalmente, realizando ejercicios que distan mucho de ser beneficiosos o de asemejarse a las funciones de esta zona.
El término “CORE”, núcleo central o región lumbo-pélvica, hace referencia a las estructuras que se localizan en la zona central del cuerpo. El trabajo de estas estructuras forma parte de la mayoría de las programaciones deportivas con diferentes objetivos (salud, rendimiento, rehabilitación…) pues es considerada una parte importante del acondicionamiento físico en todos los niveles. Esto se debe a que el CORE es considerado el eje de nuestra cadena cinética funcional y a que se encuentra directamente relacionado con la estabilidad corporal (Akuthota, 2004; Asurmendi y Maroto-Izquierdo, 2015).
El CORE no es un concepto que aparezca definido en los tratados clásicos de anatomía, sino que hace referencia a un concepto funcional (Stephenson y Swank, 2004).
De esta manera la definición de las estructuras que conforman el CORE variará dependiendo del contexto, ya que se ha demostrado que la contribución de los diferentes músculos en la estabilización de la zona lumbar depende directamente de la dirección y la magnitud de la carga (Cholewicki y Van Vliet, 2002; McGill 2009). Esto explica la falta de concreción o la variedad de definiciones entorno a las estructuras que lo forman.
Inicialmente varios autores sugirieron que los músculos que forman el CORE podían dividirse en músculos locales y músculos globales, si nos basamos en su localización y función principal. Los músculos locales consisten en aquellos músculos pequeños, profundos, cuya función es controlar el movimiento intersegmentario entre las vértebras o actuar para incrementar la presión abdominal (multífidos, interespinales, intervertebrales, transverso del abdomen, cuadrado lumbar y oblicuo interno). Mientras que, los músculos globales, son largos, superficiales y su función principal es la transferencia de fuerzas entre la caja torácica y la pelvis (recto abdominal, oblicuo externo, erectores espinales y dorsal ancho) (Bergmark, 1989).
Gibbons y Comeford (2001) propusieron un modelo funcional que mantenía la diferenciación entre músculos locales y globales, pero separaba los globales en 2 grupos según su función: Estabilizadores, que engloban a los músculos espinales y a los oblicuos interno y externo. Y movilizadores, este grupo estaba formado por el recto abdominal y los iliocostales. Lo que diferenciaba a estos dos grupos era que los estabilizadores generaban fuerza excéntrica para el control a través del rango de movimiento, mientras que los movilizadores producían aceleración concéntrica a través del rango de movimiento.
Más recientemente se han incluido aquellos músculos que se originan en la pelvis o en las vértebras lumbares y que se insertan en la porción proximal del fémur, la tibia o el peroné. De esta manera se ha considerado que forman parte de la estructura del CORE los músculos flexores de la cadera (recto femoral, sartorio, ilíaco, psoas mayor y menor), los extensores de cadera (glúteo mayor, semimembranoso, semitendinoso y porción larga del bíceps femoral), los aductores de cadera (aductor largo, aductor corto, aductor mayor, pectíneo y grácil) y los abductores de cadera (tensor de la fascia lata, glúteo medio y glúteo menor) (Willardson, 2007; Boyle, 2017).
Todos estos músculos tienen conexión directa o indirecta con la fascia toracolumbar y la columna vertebral, que conectan las extremidades superiores e inferiores para integrar las partes superior/inferior y derecha/izquierda de la cadena cinética (Vleeming, Pool-Goudzwaard, Stoeckart, van Wingerden y Snijders, 1995; Akuthota y Nadler, 2004; Brown, 2006).
Bibliografía:
Akuthota, V., y Nadler, S. F. (2004). Core strengthening1. Archives of physical medicine and rehabilitation, 85, 86-92.
Asurmendi, I., y Maroto-Izquierdo, S. (2015). Efectos del entrenamiento de la estabilidad lumbo-pélvica sobre el rendimiento y la prevención de lesiones: una revisión. EFDeportes, 21(217). Recuperado de http://www.efdeportes.com/efd217/entrenamiento-de-la-estabilidad-lumbo-pelvica.htm
Bergmark, A. (1989). Stability of the lumbar spine: a study in mechanical engineering. Acta Orthopaedica Scandinavica, 60(230), 1-54.
Boyle, M. (2017). El entrenamiento funcional aplicado a los deportes. Madrid: Ediciones Tutor S.A.
Brown, T. D. (2006). Getting to the core of the matter. Strength and Conditioning Journal, 28(2), 50.
Cholewicki, J., y Vanvliet, J. J. (2002). Relative contribution of trunk muscles to the stability of the lumbar spine during isometric exertions. Clinical biomechanics, 17(2), 99-105.
Gibbons, S. G., y Comerford, M. J. (2001). Strength Versus Stability Part I. Concept and terms. Orthopaedic Division Review.
McGill, S. (2009). Ultimate back fitness and performance. Canadá: Backfitpro Incorporated.
Stephenson, J., y Swank, A. M. (2004). Core training: designing a program for anyone. Strength and Conditioning Journal, 26(6), 34.
Vleeming, A., Pool-Goudzwaard, A. L., Stoeckart, R., van Wingerden, J. P., y Snijders, C. J. (1995). The posterior layer of the thoracolumbar fascia. Spine, 20(7), 753-758.
Willardson, J. M. (2007). Core stability training for healthy athletes: a different paradigm for fitness professionals. Strength and Conditioning Journal, 29(6), 42.
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